1, 2, 3, 4...
Las lágrimas se desbordan de mis ojos y ruedan por mis mejillas.
5, 6, 7, 8...
Esa imagen en el espejo no me gusta para nada.
9, 10...
Rozo mis dedos contra mi vientre, sintiendo las protuberancias.
15, 20, 25...
Es duro aceptarlo, demasiado.
30...
Este es mi cuerpo, dañado.
31...
Este es mi cuerpo, y yo me busqué todo esto.
32...
Este es mi cuerpo, mío y de nadie más.
33...
Este es mi cuerpo, y yo decido.
34...
Cada cicatriz.
35...
Mía.
36...
Soy yo.
37...
Y la navaja cae de mis dedos con un sonido tintineante, pero sin sangre que la manche esta vez.
viernes, 31 de octubre de 2014
1, 2, 3, 4
lunes, 27 de octubre de 2014
Savior
Y así, de una simple forma, él tenía esa gran virtud:
Era capaz de hacerme tocar el cielo con las manos, sin despegar mis pies de mi camino. Era capaz de hacerme amar de una forma que nunca creí capaz, que siempre supuse quedaba en las novelas para no pasar de una fantasía a la que aferrarse en los momentos donde el corazón pide a gritos compañía.
Pero él era incluso más. Mucho más.
Era mi mejor amigo, mi pareja e incluso una parte de mi misma. Lo necesitaba tanto como a mis pulmones para respirar y mi corazón para mantenerme viva.
Me enseñó demasiadas cosas, muchas de ellas hasta sin nombres para describirlas. Esas cosas que no se comprenden hasta que se tiene la fortuna de vivirlas.
Y justo en ese punto.
No es lo mismo sobrevivir que vivir, y él me mostró la mejor parte de lo que yo creía se me había negado por alguna fuerza de la naturaleza. Me enseñó a vivir, a ser feliz. A amar a a alguien con todas sus virtudes y defectos. Y que esa persona me ame a mi a la vez.
Me salvó tal vez no de la muerte inminente, que mi cerebro me pedía incansablemente. Sino de algo mucho peor: La vida.
Pero no se confundan. No de la vida en sí, sino de lo que yo consideraba mi vida. Miserable, abrumadora, cargada de llantos incontrolables y regueros de sangre.
Él, tan bueno, hermoso, tan perfecto.
Sus ojos me recordaron los colores brillantes del arcoiris, el verde de las copas de los árboles en primavera, y el pisar libre de mis pies sobre la tierra mojada.
Escuchar su voz era la mezcla perfecta entre el armonioso canto de los pájaros durante la madrugada y el fuerte tronar de las olas al romper en la marea.
Y sus manos. Sus manos, suaves y a su vez raspozas por los acordes me acariciaban como la más cálida briza en noches de verano.
Esos brazos que eran mi mundo me envolvían, protegiéndome de todo mal que se encontrara allí afuera. Tal vez no eran los más fuertes y torneados, pero eran perfectos para mantenerme en mi tan anhelada paz.
Y por último sus labios. Tan dulces y llenos que me besaban con un cariño capaz de hacerme desvanecer entre tanta ternura.
Mi amigo, amante, maestro y salvador. Una obra de arte vuelta persona.