lunes, 1 de agosto de 2016

.Life.

Estábamos en el auto, conversando animadamente sobre los perros que nos esperaban en casa, cuando el celular de mi mamá sonó. Estaciona para hablar más tranquila y el susurro que se escuchó nos dejó helados a todos:
- Murió Teresa.
Teresa era una amiga de mi mamá, esas que conoces desde siempre y que no te acordas como era tu vida antes de que ella formara parte.
Yo no la había visto más de dos veces que recuerde, pero sin embargo me dejó mucho en lo que pensar. No sabría decir con exactitud si eran las lágrimas de mis papás o lo crudo del pensamiento en sí, pero de lo que estaba segura era de que no era algo que se me iba a olvidar con facilidad.
¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?
No es una pregunta poco frecuente, y varias veces se nos cruza por la cabeza, pero nunca con tanta fuerza como lo hizo en ese momento. Por lo general soy una persona feliz, hay ocasiones que soy más feliz que otras, y otras que estoy más triste que feliz. Y si, también pasé por etapas donde prefería dormir antes que cualquier otra cosa, if you know what I mean. Pero esta muerte, tan cerca y a la vez tan lejos mio, me hizo ruido. Mucho ruido.
Por primera vez me planteé seriamente mi existencia, si es que lo estoy haciendo bien o desperdiciando tiempo valioso. Me doy cuenta de lo rápido que pasa la vida cuando hablo con mis amigos sobre recuerdos que pasamos juntos, que se ven tan cercanos pero que no pasaron hace menos de diez años. Y solamente tengo veinte.
Pero estos veinte años me sirvieron de mucho, sé diferenciar lo que me gusta y lo que no, a quien vale la pena seguir teniendo a mi lado y a quien tengo que mandar a la mierda, desarrollé mi carácter, mis ideales, mi forma de plantearlos y expresar mis sentimientos. Me formé como persona. ¿Y para qué? ¿Sirvió de algo todo eso?  Mucha gente me dice que recién estoy empezando a vivir, y en ese momento, cuando murió Teresa, es que me alegraron tanto esas palabras.
Me dieron unas terribles ganas de volver en el tiempo solamente para hablar con mi yo de pequeña y decirle que disfrute la vida al máximo, que ría cada vez que pueda reír, que disfrute, sueñe y que no se olvide nunca de ser feliz. Sin sentido, por supuesto, no es normal estar todo el tiempo feliz, pero se puede intentar. Lo de ser feliz, no lo de volver en el tiempo. Por ahora.
La muerte es algo inminente, a algunos les toca antes que a otros y muchas veces es injusta, pero lo que creo que fue más importante de todo eso, es que por primera vez le tuve miedo. Siempre la vi como algo natural, algo que iba a pasar en algún momento en donde nuestro organismo cansado ya no pudiera alargarlo más. Idealmente. No sufrí mucho con la pérdida de mis abuelos, tíos, mascotas ni nada de eso. Tal vez, ahora, a los veinte años es cuando me empiezo a dar cuenta del peso que conlleva.
Nunca me importó la idea de morir, por más que algunas veces estuve jugando al filo de la navaja. Tenía la idea de que morir te deja en paz, sin nada más que cargar con vos ni con el mundo, y una vez que el cuerpo se descompone y vuelve a formar parte de la tierra, todos volvemos al lugar de donde salimos. Pero realmente, puedo asegurar que no quiero morir.
Este temor ante algo nuevo e inevitable es lo que me tomó tanto tiempo aceptar. No creo en la reencarnación ni que haya algo después de la muerte, pero esa vez, por primera y tal vez última ocasión, llegué a entender a los que tan desesperadamente se aferran a esas creencias. No me voy a volver religiosa por algo como eso, pero la idea de que el tiempo se consume poco a poco, y tal vez no me alcance la vida para vivirla, me puso loca.
Me imaginé millones de escenarios distintos. Tal vez no tantos. Me imaginé muchos escenarios distintos, en los que yo podría ser realmente feliz y no desperdiciar los años que me quedan, pero a fin de cuentas caí en que soy feliz ahora, solamente tengo que aprender a mirar mejor y disfrutar todo lo que me queda.
Chau, Teresa. Es lo único que puedo decir. No voy a llorar a la muerte, pero la quiero lejos mio.