Ese amor que se siente en la juventud, que eres incapaz de controlar, que te anula todos los sentidos y solo eres capaz de fijarlos en esa persona.
Ese único foco que parece ser el centro de tu vida, tu razón de ser quién sos y cómo sos.
Ese amor que es capaz de destruirte y construirte a su gusto y en solo cuestión de segundos.
Que te hace llorar,
Reír,
Fantasear,
Soñar.
Ese amor que es tan pasional, tan necesario e inevitable.
Que te hace capaz de derrumbar una muralla con tal de sacarle una sonrisa a esa persona tan especial.
Esa persona que se convierte en tu centro, tu todo.
Sientes que eres capaz de dar hasta lo imposible por ella,
Por su sonrisa,
Por estar ahí para secar sus lágrimas,
Por estar siempre a su lado,
Abrasándola,
Y, como no, besándola.
Esos besos tiernos, cargados de sentimientos puros y promesas mudas de cariño sin límites.
El permanecer al lado de la persona especial es uno de los mejores regalos que la vida te puede brindar. Son momentos donde la felicidad reina, las risas abundan, las sonrisas florecen.
No importa nada más...
O eso es lo que quisiera creer.
Se siente, no se niega ni se discute, que se lleve a la vida real es muy distinto.
Considerar importantes a gente que no te devuelve el sentimiento es duro, decepcionante.
Te sentís vacío, incompleto.
Te falta tu otra mitad, la que te completa y te da alegría.
Pero en mi caso es aún peor.
Dejar ir a una persona que te devuelve el sentimiento puro y caso que es el amor, solamente por terceros.
Es angustiante y abrumador.
Es vivir inseguro sobre si esas personas alguna vez serán capaces de hacer el mismo sacrificio por vos que alguna vez vos hiciste por ellos.
Es vivir callada, resignada.
Después de todo...
Si dejas ir a tu amor, a tu vida ¿Qué sentido tiene seguir reclamando por algo más?
Lamentablemente, solamente queda la opción de bajar la cabeza y asentir fingiendo una sonrisa, las más duras de dar.