sábado, 6 de junio de 2015

Lluvia

Hoy llovió.
No fue una lluvia muy fuerte, fue más bien ligera. Pero espesa, muy espesa. De esas que te dejan un reguste amargo al fondo de la garganta.
Odio la lluvia. Es abrumadora, y no hay forma de huir de ella, ya una vez que los edificios comienzan a derretirse y las sombras se vuelven difusas, sabes que estás acabado. Es una sensación horrible que solo sirve para ensuciar y arruinarlo todo; mi ciudad gris se desmorona ante mis ojos, y ni hay nada que pueda hacer para impedirlo. Muchas veces traté de frenar esa avalancha con mis manos, tapandome el rostro con la falsa esperanza de que tal vez si no la veía, no sucedería.
Pero no funcionan así las cosas.
Los temblores llegaban desde el centro, como si con la lluvia no fuese suficiente. Los aullidos y gemidos desesperados atravesando mis tímpanos; el aire denso, tan denso que te aplasta contra el suelo y te impide moverte; esa sustancia viscosa en la que se transforma todo; y los seres extraños balbuceando cosas inteligibles por la cantidad de ruidos extraños que provienen de todas direcciones.
Bueno, siendo un poco justa, siempre balbucean.
De todas formas, odio la lluvia.
Y si, esta fue ligera. Ya hablaré de las tormentas en donde, literalmente, se cae el mundo.

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