¿Alguna vez se sintieron atrapados dentro de si mismos? Como si cada parte del cuerpo que rodea tu ser no fuera propia.
Ese momento donde miras a la mano, que se une a la muñeca, que se une al brazo, que se une al hombro que se une a tu cabeza a través del cuello no fuera realmente tuyo. Como si fuera un objeto más sin relación con lo que sos.
Es una jaula, una red que te mantiene atrapada. El concepto de libertad no existe, queda anulado por las leyes naturales.
Al ver a un ratón en una ratonera, un oso a través del vidrio en un zoológico, no vemos más que un reflejo de nosotros mismos. No hay diferencia entre los barrotes que separan al León de nosotros, que nuestro cuerpo que separa nuestro ser del mundo.
Nos pintan una falsa idea de libertad, una libertad que es imposible a estar siempre limitados. Nuestros pares, nuestra cultura, nuestro cuerpo, no importa cuál sea la razón, la libertad es inalcanzable por cualquier hombre mientras viva.
Porque el estar vivos nos oprime.
La única forma de alcanzar la anhelada libertad es yendo hasta los confines de la vida misma, rozar con nuestros dedos el velo de la muerte, ser capaces de separar nuestro ser del envoltorio en donde nos obligaron a permanecer.
Si la libertad es la muerte, ¿por qué la gente que no quiere morir lucha por la libertad?
viernes, 17 de julio de 2015
Libertad
¿Por qué es tan difícil complacer a la gente? Ellos son los que nos impulsan al cambio, quieren que te adaptes a un mundo que no está diseñado para vos; pero sin embargo lo intentas, intentas con todas tus fuerzas encajar en donde las personas te dicen que debes encajar.
"No hagas lo que realmente querés hacer, no vas a llegar a ningún lado"
"No disfrutes la vida, pero aparentá que lo haces para poner contento al resto"
No quiero, ya estoy harta.
Harta de que mis lágrimas invadan mis mejillas todo el día, harta de no encontrar la forma de pararlas, harta de tener que esconder como soy para que el resto se sienta bien con mi presencia.
Estoy harta.
Su pudiera irme, escaparme de este mundo de pesadillas, donde nadie me juzgue, me recrimine, donde pueda ser libre como quiero ser sin temor a las acusaciones ajenas.
Sin escuchar murmullos de desaprobación en tu hombro ni las burlas en tu cara. No importa que tan fuertes finjamos ser, eso siempre duele, y mucho.
No quiero asustarme más ante un examen, no quiero retraerme por una negativa, no quiero que las palabras hirientes se sigan colando por mis oídos hasta llegar a destruirme.
jueves, 16 de julio de 2015
Los mellizos
Ellos no estoy muy segura de quienes son. Sé que son hermanos, mellizos tal vez, pero nunca me contaron su historia.
No podrían, no tienen boca. Me dejaron suponer desde riñas hasta castigos, pero nunca afirmaron ni negaron nada, aunque eso sí pueden hacerlo.
Les gusta vagar por mi cuarto, observando todo, aunque hay veces que se limitan a acercarse lentamente hacia a mi, los dos a la par pero desde lados opuestos, sin quitarme los ojos de encima. Esos ojos, totalmente blancos y opacos, carentes de cualquier tipo de emoción forman parte de sus atributos más particulares. Junto con por supuesto, sus labios cocidos hasta dejar una sola raya oscura inamovible, y sus brazos y dedos largos y nudosos que chasquean en la mayoría de sus movimientos.
Les gusta alargarlos y tocar las cosas de mi habitación, pero son ordenados y siempre las dejan en el mismo lugar de donde lo sacaron-al contrario de mi madre que los deja por cualquier lugar-, así que los dejo con la libertad de que hagan lo que les plazca.
También les gusta jugar conmigo. A las escondidas sobre todo, y ya me llevé un par de sustos cuando aparecen de la nada.
El punto en donde ya les digo "basta" es cuando alargan sus dedos hacia mi. No creo que lo hagan con mala intención, sólo lo ven como otro juego más, pero es perturbador sus dedos filosos cerca de mi rostro. Hay veces que no me entienden, así que tengo que gritar, pero eso los asusta. Eempiezan a gemir en notas muy agudas y que me lastiman los oídos.
Y para cuando saqué las manos de mis orejas y abrí los ojos, ya se habían ido.
La silla tallada
Era una silla encantadora. Antigua, pero que todavía conservaba su belleza. De marcos blancos gastados y asientos forrados de cuerina negra. Las rosas talladas cuidadosamente en su respaldo seguían impecables, adornando su cabezal de una forma imponente y femenina a su vez.
Era una silla importante, aunque la minoría de mis visitantes se sentaban en ella. Lastima que sus patas no aguantaban el peso. Pero a ellos parecía no importarle, es más, ni siquiera estoy segura de que hayan llegado a tocarla alguna vez.
Su huésped por excelencia era la Dama de Negro, pareciera que se entendían entre si. Pero cuando ella dejaba de venir algunas noches, los mellizos larguiruchos también se aprovechaban un poco de mi silla, aunque he de admitir que entre poco y nada. Eso no parecía enfadarle en absoluto siquiera, no les tenía gran afecto. Tal vez porque no eran delicados como ella, ni pavoneaban ningún atributo encantador. Inclusive a uno de ellos le prohibía apoyarse encima, siempre rechinando cuando él estaba cerca.
En fin, yo tampoco le gusto para sentarme, empieza a tambalearse de un lado a otro como si quisiera tirarme y alejarme.
Pero al que definitivamente odiaba era a ese pseudo-payaso. Éramos dos. O cinco inclusive, cuándo él se presentaba, ninguno de los otros se dignaba a aparecer, y eso la enfurecia. Cualquier fuera el motivo por el que la Dama no viniera, la silla parecía molesta.
Pero no sé que hacer, es una silla muy prejuiciosa y exquisita.
Dama de Negro
¿Dónde habrá ido a parar aquella pútrida dama?
¿Seguirá allí sin que lo note?
¿Habrá ido a acosar a alguien más?
Solo me queda el recuerdo. El recuerdo y el anhelo de que vuelva a aparecer en la noche.
Sí hay algo que detesto de la gente como ella es la espera impaciente de su mirada atravesando mi nuca, queriendo llegar a mi desde la distancia. Porque sí, siempre se mantuvo a la distancia.
Con esa mueca horrenda, esa sonrisa que delata traición, y esos ojos hundidos y penetrantes, lo único que hace es observar desde el otro lado de la habitación, semi escondida entre las paredes, alumbrada por la luz que filtra de las cortinas.
Y ríe. Esos dientes afilados y amarillentos se destacan en su rostro. Pero no se acerca. Se limita a hacer ruidos guturales e incongruentes para una voz humana mientras te observa y se alisa su vestido negro, polvoriento y gastado.
No sé que se proponía, o sigue en su propósito de hacer. Nunca me lo dijo. Tampoco yo me atreví nunca a hablarle, y eso creo que le gustaba. No creo que haya tenido intenciones de comunicarse conmigo, le bastaba con atravesarme con su mirada y mantener la mía, un juego en donde la que desvía la vista primero pierde. No sé lo que había que perder, siempre me dormía en el medio de la riña.
Tal vez eso era lo que quería, que yo durmiera, se aparecía oculta en mi habitación velando por mi sueño. Cuando empecé con las pastillas a la noche, ella dejaba de aparecer. Tal vez se haya sentido traicionada, aunque hay noches en donde siento todavía su presencia, pero en cuanto volteo para buscarla, nuevamente desaparece.