Era una silla encantadora. Antigua, pero que todavía conservaba su belleza. De marcos blancos gastados y asientos forrados de cuerina negra. Las rosas talladas cuidadosamente en su respaldo seguían impecables, adornando su cabezal de una forma imponente y femenina a su vez.
Era una silla importante, aunque la minoría de mis visitantes se sentaban en ella. Lastima que sus patas no aguantaban el peso. Pero a ellos parecía no importarle, es más, ni siquiera estoy segura de que hayan llegado a tocarla alguna vez.
Su huésped por excelencia era la Dama de Negro, pareciera que se entendían entre si. Pero cuando ella dejaba de venir algunas noches, los mellizos larguiruchos también se aprovechaban un poco de mi silla, aunque he de admitir que entre poco y nada. Eso no parecía enfadarle en absoluto siquiera, no les tenía gran afecto. Tal vez porque no eran delicados como ella, ni pavoneaban ningún atributo encantador. Inclusive a uno de ellos le prohibía apoyarse encima, siempre rechinando cuando él estaba cerca.
En fin, yo tampoco le gusto para sentarme, empieza a tambalearse de un lado a otro como si quisiera tirarme y alejarme.
Pero al que definitivamente odiaba era a ese pseudo-payaso. Éramos dos. O cinco inclusive, cuándo él se presentaba, ninguno de los otros se dignaba a aparecer, y eso la enfurecia. Cualquier fuera el motivo por el que la Dama no viniera, la silla parecía molesta.
Pero no sé que hacer, es una silla muy prejuiciosa y exquisita.
jueves, 16 de julio de 2015
La silla tallada
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario